Cuando hablamos de ciberataques, la mayor parte de la población sigue pensando en el virus que se le cuela en el PC o como mucho en la extorsión que ejercen algunos delincuentes para devolver el acceso a los archivos personales del móvil o del ordenador.
Sin embargo, los ciberdelitos evolucionan rápido y, como prácticamente todo está conectado en el mundo moderno, el foco se dirige ahora a las grandes infraestructuras tanto públicas –centrales eléctricas, hospitales, aeropuertos- como privadas –fábricas, industrias o incluso oficinas- para conseguir notoriedad masiva e ingresos ilícitos.
Los grandes ciberataques acontecidos en los últimos meses, como el robo de cinco millones de dólares a la empresa Bitstamp en enero de 2015; las amenazas a 19.000 webs francesas en un ataque coordinado por parte de delincuentes islámicos; o incluso los ataques de phishing para robar credenciales de entidades financieras se pueden quedar en meras anécdotas si los ciberdelincuentes empiezan a dirigir sus objetivos hacia el robo de datos personales de la Administración o si se manejan de forma ilícita los controles de seguridad alimentaria en fábricas o depuradoras, por ejemplo.